Hemos zozobrado frente a la orilla de los abusos. La dictadura prepotente se erige como un protectorado donde la maldad corre por sus venas. El país que conocimos está muriendo entre las manos de una corporación mafiosa dispuesta a dar el último zarpazo. Para ellos han contado con numerosas incoherencias y debilidades en la otra orilla.
Algunos, dizque opositores, pusieron primero sus intereses particulares, varios se midieron imaginariamente la banda presidencial, tocaron los bordes dorados, acariciaron tiernamente los centímetros de ella; para creerse los elegidos en la coyuntura histórica. Otros no han despertado del hechizo que promueve la ambición desmedida.
La dictadura transfigurada en actores que han demostrado las mismas pericias: cuando el dinero proveniente del exterior llegó como una vaguada. Algunos se mudaron a Madrid, Miami, Londres o Bogotá. Hablan desde sus palacetes de una nación que no sienten. Dan órdenes desde la comodidad de los almohadones comprados en Dover Street Market. Con costosos trajes que pincelan los sitios del esplendor pontifican de la realidad nacional. La que les garantizó tocar las puertas del billete a granel. Gozan de una membresía que este pueblo no les concedió, hicieron el negocio del siglo.
Son tan pérfidos como los malandrines que hicieron del socialismo bolivariano la mayor de las estafas. Mientas tanto, los venezolanos somos un barco a la deriva. Aguas abajo se sufre lo indecible para llevarse un bocado a la boca. El hambre arremete con una furia incontenible en los sectores populares. La crisis muerde la yugular trayéndonos la vida servida en platos del infierno.
La esperanza se conmueve en la tristeza de una realidad sin electricidad y con las chispas de un fogón que sustituyó al gas, que desapareció hace meses. ¿Quién representa al venezolano? ¿Quién sufre sus angustias? Son preguntas sin respuestas contundentes para la gente.
El debate nacional es sobre un proceso eleccionario del 6 D y la consulta popular. Mientras se dirimen los intereses de grupo, los venezolanos viven en solitario su propio averno. El hambre no tiene tintes ideológicos, tampoco lo resuelve una querella entre socios del botín qua aparentan enemistad. Un sacudón desde las entrañas llegará para construir un nuevo país. El descontento popular no tiene rostros, tiene la necesidad de ser protagonista.