Ciertamente los países tienen el afán de mantener el control de sus fronteras, tanto por razones políticas como de conteo de sus habitantes y seguridad social.
No obstante, es necesario recordar que la movilidad humana ha existido desde antes de la implementación de estos sistemas de control y que es necesario para los individuos, estar en la búsqueda de una mejor calidad de vida.
En esa búsqueda de calidad de vida familiar, estaban mis padres que en la década de los años 80 llegaron desde Colombia hacia una Venezuela próspera y con una economía pujante y atrayente.
Como ellos centenares de paisanos cruzaron la frontera bien sea por las conocidas trochas fronterizas de forma irregular o con visas de turistas, como fue nuestro caso.
Así llegamos. Primero, se fue mi padre y nosotros permanecimos en Medellín. Ya en Venezuela, mi papá estableció una relación laboral con una empresa ítalo-venezolana y nos mandó a buscar y dejamos el hogar de los abuelos maternos. Así aterrizamos en Caracas, y luego a los llanos venezolanos.
Nuestra vida transcurrió en el pintoresco pueblo de Tinaco, ubicado en el estado Cojedes, centro del país. Pero realmente Tinaco era una pequeña metrópolis donde compartíamos con personas de todas las nacionalidades.
Venezuela multicultural
Mi salón de clases parecía una pequeña reunión de la Organización de las Naciones Unidas, tenía compañeritos de las colonias portuguesas, españolas, italianas, árabes, turcos. Entre los más introvertidos estaban los chinos; por lo general no hablaban el idioma local y esto les generaba barreras sociales.
Todos convivíamos con los orígenes más diversos, en una población con muchas riquezas culturales autóctonas que nos terminaron encantando a la mayoría, por lo que hoy en día sentimos a Venezuela como nuestra, aunque siempre conserváramos nuestras raíces.
«Y allí encontramos nuestra misión, hacerle conocer a nuestro entorno que teníamos una cultura, tradiciones, riquezas geográficas y que la fama de que la mayoría de colombianos consumían o vendían droga, era injusta».
ENCONTRAMOS NUESTRA MISIÓN
En el caso de la comunidad colombiana -que a nuestra llegada se contaba con los dedos de una mano en Tinaco- siempre nos relacionaron con los capos de la droga, porque era todo lo que habían escuchado hablar de nuestro país.
Y allí encontramos nuestra misión, hacerle conocer a nuestro entorno que teníamos una cultura, tradiciones, riquezas geográficas y que la fama de que la mayoría de colombianos consumían o vendían droga, era injusta.
Luego de un tiempo, las empresas más importantes del país incluso las familias, querían mano de obra colombiana, ya que demostraban eficiencia para el trabajo y en los salones de clase los niños y niñas colombianos, destacaban por su buen rendimiento.
A los colombianos más antiguos en los grupos poblacionales, no les llamaban por su nombre, sino que les gritaban:
_ Colombiaaaaa.
A lo que ellos respondían cortésmente:
_ Adioooooos.
A la comunidad local se les hacían curiosos y agradables nuestro acento paisa y, aunque nos pedían que habláramos para escucharnos con agrado, nos hacía sentir como extraños en la niñez y percibir que no pertenecíamos al lugar donde vivíamos.
Unos venezolanos para Colombia
Lo cierto es que siempre fuimos una población muy colombiana para Venezuela y ahora… unos venezolanos para Colombia.
Como el resto de las comunidades de extranjeros, teníamos quien nos llevara por encargo desde mantequilla La Fina, chocolate Luker o Postobón hasta lulo, tómate de árbol y papa amarilla; todos productos necesarios para nuestras madres.
Eso nos hizo estar siempre agradecidos con una comunidad receptora, pero al interior de los hogares, la necesidad de preservar nuestras costumbres para recordar siempre los orígenes y amar la Patria a pesar de la distancia.
En la actualidad, la crisis social y económica del país petrolero y próspero que conocimos hizo que muchos colombianos retornaran a su tierra. Y ahora aquellos pequeños neogranadinos, regresan con sus propias familias.
EXTRANJERO EN TU PROPIA TIERRA
Pero Colombia ciertamente no estaba preparada para ese retorno, nuestros acentos dicen que somos venezolanos así nuestros documentos digan lo contrario. Y lo que en las décadas de los años 80 y 90 eran gratas visitas desde el país vecino, ya la receptividad no es la misma.
Generalmente tus documentos de identidad, laborales y de estudio no dicen que con tu profesionalismo, honestidad y buen desempeño los colombianos en el extranjeros limpiamos la imagen de un país sinónimo de narcotráfico; y que te fuiste de Colombia en épocas de violencia y por lo tanto, perdiste tu lugar y llegas como extranjero en tu propia tierra: somos migrantes.
Por tal motivo, debemos adoptar la mentalidad de que venimos a construir y aportarle a la Patria y dedicarle el mismo amor que a la extranjera, que es algo que nos caracteriza a los latinos, que a todo le ponemos el mismo amor.
Los retornados debemos seguir construyendo a donde vayamos con el mismo ingenio y visión de futuro; aprender a comer los granos que nos sirvan de todos los colores: bien sea fríjoles rojos o caraotas negras.
A los colombianos retornados nos ha ha tocado doble tanda de migración, porque al final no son fronteras, sino a la vida misma a la que hay que ponerle sazón.