El siglo XXI debería ser de iluminación y progreso ante los enormes avances que han ocurrido en la ciencia y en la tecnología. Sin embargo, si analizamos lo que está ocurriendo a nivel mundial, más bien luce como una etapa convulsa, y en cierta medida retrógrada en la historia de la humanidad.
Las nobles aspiraciones del siglo XX, la Sociedad de las Naciones y posteriormente las Naciones Unidas, que surgieron luego de dos terribles conflagraciones mundiales, ya no alumbran el imaginario colectivo de un nuevo orden internacional más justo y democrático. Si bien es cierto que actualmente en el mundo existen más regímenes democráticos que los existentes en el siglo XX, también hay que reconocer que los regímenes autocráticos o incluso dictatoriales están resurgiendo con fuerza en varios continentes.
En la medida en que el planeta se globaliza y se vuelve plano, como afirma Thomas Friedman, no necesariamente implica que sea más democrático, tal como lo demuestran alguno de sus principales actores: China, Rusia y la mayoría de los paises del Medio Oriente y de África.
En America Latina también vemos tambalear las incipientes democracias. Pero lo curioso es que los que pretenden derrumbarla son, a diferencia de los de otros continentes, enemigos de la modernidad, o para ser más precisos, rehusan vivir la globalización.
¿Cuál será el desenlace de esta era oscura? no podemos deducirlo. Pero si lo sabremos cuando respondamos al inocultable fenómeno del calentamiento global.